Muchos pueden pensar que las Fallas son unas fiestas "tranquilas", que carecen de emociones fuertes. Bien, pues, por medio de tres cortos relatos, demostraré que no son tan inofensivas como pudieran parecer a simple vista. Como todos recordaréis, el año pasado montamos un toldo como complemento al monumento infantil. A última hora decidimos prescindir de él, y llegó la inevitable pregunta: ¿cómo desmontamos esto?. Nos reunimos un grupo de teóricos, cada cual con su planteamiento; unos pensaban que deberíamos desmontarlo justo a la inversa de cómo se había montado, pero ¿quién lo había montado? quién hubiese sido no estaba, porto tanto, descartada. La segunda opción consistía en desmontar los cuatro puntales que lo sostenían todos a una vez, pero la parte superior se venía abajo. Tras largas meditaciones fuimos reduciendo posibilidades hasta tres, las cuales eran, por este orden, llamar a los bomberos, esperar un terremoto, o contratara la Banda del Empastre para que vinieran a tocar bajo tan maravilloso entoldado. Por allí andaba nuestro querido Agustín, que, como debéis saber, cuida de la falla y del casal. Bueno, el caso es que debió oírnos y al saber de qué se trataba nos dijo "esto lo arreglo yo en dos patás", y efectivamente, en un instante se puso a ello. Yo no sé si fueron dos o catorce las patás, pero el caso es que en un momentito, tal y como había dicho, dejó el toldo hecho unos zorros. Y alguno pensará que esto no entraña ningún riesgo, ¿verdad?. Pues eso mismo pensábamos nosotros hasta que vimos como había quedado la zapatilla de Agustín, que, sino se rompió el pie fue por su constitución robusta, pobrecito mío. Otra muestra de cómo se viven al límite nuestras fiestas es la excursión que hicimos este año a Port Aventura. He de decir que estos parques temáticos, que a todos les parecen tan divertidos, para algunos (entre los que me incluyo) en lugar de divertimento son, más bien, de sufrimiento. Día maravilloso el de nuestra excursión. Sol radiante, todos contentos, gran ambiente, etc. Ya hemos llegado a Port Aventura, y yo, por aquello de no perder la dignidad, me he propuesto subir sólo en aquellas atracciones que estén permitidas para los niños de menos de 1,10 m., por lo que me toca soportar todo tipo de apelativos vejatorios (cagueta, mariquita, miedica, etc.), pero yo firme, por lo que paso un día contemplativo. Ya por la tarde, entre todos me convencen para que suba aun trasto que se llama “Tutuki Splash” o algo así. A mime horroriza pensar queme vana meter en una barcaza y vamos a tirarnos en picado, desde una altura de 20 m., a un foso lleno de agua, pero, por vergüenza torera, accedo sin saber exactamente lo que me espera. Y aquí estamos todos en cola para subir ala barca, con las inevitables bromitas de "ahora verás que miedo", y yo ya me estoy arrepintiendo de mi decisión, pero como llega el turno subo, muy calladito, al lado de Mª Teresa, que se está riendo de mí. De momento, todo bien; mucha agua, pero continuamos en horizontal. Y de repente, mi estómago se ha puesto a la altura de los ojos; me dicen que estoy algo pálido y que aguante que esto no ha sido más que el aperitivo, y cierto es, porque ya estamos subiendo hacia la cumbre, desde donde nos vamos a lanzar al vacío, y al ver la altura de la pendiente intento bajarme en marcha, pero la barra de seguridad no se abre ni a la de tres. No hay escapatoria, ya estamos arriba (ahora lo recuerdo y todavía se me acelera el pulso). Yo continúo callado, y no se si es por que me da vergüenza o por el pánico. La barca se inclina hacia delante, y sólo en este momento veo dónde vamos a caer. Y digo sólo en ese momento porque ya he cerrado los ojos y estamos cayendo. Lo cierto es que este horror sólo dura un segundo (muy malo, pero un segundo), y cuando vuelvo a abrir los ojos ya estamos en el agua, y todos gritan que quieren repetir, mientras que yo lo único que quiero es bajarme de este trasto de una vez por todas. Y lo malo de estas cosas es que siempre te ocurren cuando acabas de comer. Los demás vuelven a la cola para repetir experiencia, y yo me quedo en tierra con el estómago algo revuelto; muy malito, muy malito. Ya por último, para consolidar mi teoría de "máximo riego", quisiera relatar lo que ocurrió el día de San José de las pasadas Fallas, cuando le dijimos a Gracia cuál era el ninot que quería llevarse a su casa. Resultó que ella había elegido la "llama fallera", que hacía referencia a nuestro 20º aniversario. Bien, el único problema es que le ninot está a unos 5 m. de altura y casi suspendido en el aire, sujeto solamente por un punto. Quiero decir, esto que quede claro, que todos los que participamos en la "bajada" lo hicimos muy gustosamente, porque todos los hombres de esta Comisión son galantes y dispuesto, más, si cabe, cuando se trata de la Fallera Mayor. Gabriel y Manuel fueron los encargados de conseguir una escalera de altura suficiente para alcanzar el objetivo, encontrando al fin una escalera extensible, pero apta para apoyar en la pared. ¿Y ahora, qué hacemos?. Alguien sugiere que sujetemos entre todos la escalera y uno de nosotros subirá. Pero, ¿quién subirá?. Como tiene que ser un hombre alto, los que no lo somos damos un respiro, porque lo cierto es que eso de subirse a una escalera que sujetan otros no da mucha confianza. Al final, Pedro (que también cuida de la Falla, y que es hermano de Agustín) dice que él será quién suba. El ascenso es penoso porque la escalera pega unos bandazos que cortan la respiración, y Pedro nos pega unas miradas que quitan el hipo. Todos los que están en la plaza se han callado y están pendientes de las evoluciones de Pedro. Bueno, ya está arriba, y ahora debe soltar las manos para poder coger el ninot. Los que estamos abajo vamos tomando posiciones, por si cae, que no nos pille debajo. Cuando saque el muñeco, si lo suelta se rompe o nos cae encima. Mal asunto. Pero, de repente, otra mente pensante de esta santa casa trae una sábana para usarla como red, y los que estamos sujetando la escalera nos metemos debajo, sin saber qué nos va a caer encima, Pedro o el ninot. Al final, cae el ninot (gracias a Dios) y Pedro consigue bajar sin incidentes. Gran ovación y vuelta al ruedo. Hemos conseguido el muñeco (entero), Pedro y los que sujetábamos también estamos enteros, y nos han hecho una oferta del Circo de Gran Fele para hacer una gira por Soria, Almagro y Badajoz. Habréis podido comprobar que esto de ser fallero entraña algunos riesgos, así es que mucho cuidadito con los petardos (sobre todo para los pequeños) y tengamos la fiesta en paz. Lo dicho: "p'habemos matao".